martes, diciembre 3

Historia de un crimen: Peña, Del Mazo, Miranda, Ba(z)baz, Lily Téllez… LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López

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La corrupción, cuando va ligada a la estupidez, solo puede reflejarse con la sátira y la comedia

La producción de “La Búsqueda. Historia de un Crimen“, de Netflix, es realmente magistral, no solamente por la estricta fidelidad a los hechos -por tratarse de una historia inspirada en la realidad-, sino por el exquisito despliegue irónico y satírico con el que se logra reflejar -gracias al muy creativo desempeño simultáneo de dirección, guion y actuación-, la farándula de un gobierno peñanietista típicamente frívolo, de amiguismo y compadrazgo, de influyentismo criminal, inexperto, torpe y corrupto hasta el grado de jugar con las expectativas de todo un pueblo angustiado por la fatal suerte de una niñita de 4 años.

Las críticas que ha recibido la serie en México -donde la inmensa mayoría arraiga su cultura visual en la hegemonía telenovelera omnipresente- proviene de una suerte de Síndrome de Estocolmo, es decir, de la propia enfermiza emoción de verse atrapado en el morbo que los secuestradores de nuestra conciencia nos sembraron.

“No puede convertirse en una comedia de buen humor un hecho trágico como el secuestro de una niña”, rezan “las buenas conciencias” acostumbradas a la simulación que permitió que Enrique Peña Nieto llegara a la Presidencia luego del manejo tan increíblemente burdo que su compadre, Luis Miranda, le dio a este y a otros casos emblemáticos de su estulticia no solamente como político, sino como ser humano, tales como el atencazo.

El fino buen humor de la puesta en escena gira en torno a la estupidez de los protagonistas en la farsa política del peñismo, no en torno al sufrimiento de la niña y sus nanas, o a la congoja -real o ficticia- de otras víctimas de la tragedia.

El trato que Miranda le dispensa durante los 7 espléndidos capítulos a Ba(z)baz, retrata el típico sadomasoquismo de la burocracia imperial, basada en la obediencia ciega a los caprichos del jefe, y no al desempeño eficiente de las funciones.

La reciente desertora de Morena, la ahora senadora panista Lilly Téllez, reclama para sí el mérito del personaje que encarna la periodista frustrada por su jefe de TV Azteca y que desdeñó la oferta de la revista Proceso (¿o de La Jornada?) para reivindicar sus principios, sucumbiendo al dilema de las conductoras más bonitas que inteligentes, es decir, aceptar el soborno del sistema, el cuadro y el dinero, por encima de la dignidad profesional.

Curioso que ahora Lilly haga constar que el cuerpo de Paulette no estaba en la cama donde ella se sentó con Lissette, la madre de la niña, durante su entrevista, pero se haga de la vista gorda sobre el desenlace donde traiciona su conciencia, acaso porque acaba de repetir la misma historia, al sumarse a las filas de la reacción, dando la espalda a quien la hizo senadora.

El caso de Paulette es solo uno en la larguísima lista de atrocidades de Peña Nieto, cometidas en uno de los ejercicios del poder más corruptos de que se tenga memoria. Los personajes que le acompañaron, como Erwin Lino -poseedor de una inmensa fortuna inexplicable-, por ejemplo, se aprestan ya a regresar a la palestra -según notas periodísticas descaradamente inducidas- de la mano del primo Alfredo quien, por cierto, fue responsable directo, como alcalde de Huixquilucan, según la espléndida trama que nos ocupa, del escándalo de Paulette. No se la pierdan.

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