jueves, marzo 28

AMLO insiste de nueva cuenta en que no fue un desliz equiparar a criminales y soldados

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Saludos a don Jorge Zepeda Patterson. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

Hace dos días, escribí en mi versión no oficial “¡El Peje por su boca muere?”, lo siguiente:

“El gravísimo error de López Obrador -que ninguno de sus cercanos se atreve a cuestionarle, dejándolo morir solo en su pantano de malas decisiones en esta materia- es haber creído que con el simple hecho de prohibirle a los militares ejecutar masacres se les iba a civilizar de modo que, con su sola presencia, lograrían limitar la criminalidad, respetando derechos humanos. Y ése no ha sido el caso, desde luego”.

Dos días después, el gran analista Jorge Zepeda Patterson escribió en su columna de SinEmbargo “Proteger criminales ¿desliz o estrategia?”:

“El Presidente consideró que el despliegue de la Guardia Nacional en el territorio y la construcción de cuarteles reduciría o al menos estabilizaría por lo pronto el protagonismo del crimen organizado. Según este esquema, mientras el Estado atendía las causas de largo plazo mediante la construcción de opciones para los jóvenes, en el corto plazo la sola presencia física ayudaría a contener la criminalidad. Obviamente no ha sido así.”

Celebro que haya una coincidencia de pensamiento (e incluso en el estilo de plantearlo) con este reconocido analista, a quien respeto y admiro por su capacidad de adoptar una postura objetiva en medio de la polarización extrema, fomentada por el propio Presidente para nutrir la confrontación verbal -cada vez más enjundiosa- entre “chairos y conservadores”, con inequívocos propósitos electorales.

Hoy, don Andrés reiteró de nueva cuenta en la Mañanera su aclaración de que no fue un desliz, sino que realmente él así piensa, es decir, que está convencido (y trata de convencernos a todos) de que a los criminales hay que darles el mismo trato de seres humanos que a los militares y al resto de los ciudadanos. “Así pienso”, insistió el Presidente.

El problema es que, independientemente de cómo piense él en lo personal, su obligación es respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan, en un Estado de Derecho, laico, en el que se debe dar “a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”, máxime cuando se le quema incienso cotidianamente a personajes como Benito Juárez.

El pésimo asesoramiento que recibe don Andrés en materia de Comunicación Social y su tozudez en bordar sobre un tema de descalabro absoluto para un líder carismático y popular como él, dilapida poco a poco su enorme capital político y da ocasión a sus adversarios de identificarlo con personajes que desplegaron técnicas de propaganda como la que recomienda lo siguiente:

“Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel, al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar…

Los principios de esta doctrina de comunicación prescriben simplificar, adoptando una única idea y un solo símbolo para hacer del adversario el enemigo a vencer… Hay que proyectar en el adversario los propios errores o defectos y no reconocer nunca estos, limitándose a contraatacar: “Si no cabe negar las malas noticias, deben inventarse otras que distraigan”.

Como las masas tienen flaca memoria, da igual contradecirse, siendo prioritario trivializar el mensaje, adaptándose al nivel menos inteligente de los destinatarios y simplificando cuanto se pueda el esfuerzo mental a realizar.

Hay que guardar silencio cuando no se tengan argumentos y disimular las noticias que favorezcan al adversario, contraprogramando con los medios de información afines.

La mitología nacional y los complejos que suscitan odio ayudan a enraizar la propaganda en un sustrato bien abonado por prejuicios tradicionales. Resulta elemental convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo” para crear la impresión de una falsa unanimidad.

Repetir incansablemente muy pocas ideas hasta hacer pasar la mentira por verdad”.

(Paul Joseph Goebbels. Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945).

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