jueves, julio 25

Don Andrés, el Inmaculado redentor. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Todo lo que toca se purifica. La frenética militarización no es tal, es “una reconversión de las fuerzas armadas para el bienestar”

Supongamos que realmente el obradorismo es distinto. Que ahí no se aplica el dedazo. Que jamás usarán un peso de los recursos públicos para la cargada. Que el honorabilísimo señor Presidente se abstiene por completo de participar en los asuntos de su partido y se dedica a gobernar para todos los mexicanos, sin ningún tipo de distingos políticos o partidistas. Que no son iguales, pues.

¿Entonces tenemos que hacernos de la vista gorda cuando aparece, en todo su esplendor salvaje, el dedazo, el acarreo, y el uso escandaloso de recursos públicos -entre otros hábitos inconfesables arraigados desde los peores tiempos del priismo dionosáurico-, durante los eventos masivos de Toluca y Coahuila?

Este fin de semana Proceso publica una nota -no desmentida, sino más bien reafirmada- de que López Obrador transmitió a su operador político y corcholata consentida Adán Augusto López, la orden de someter al senador Higinio Martínez -que puede gustarnos o no, pero indudablemente es el único líder no improvisado de la izquierda mexiquense con capacidad real de convocatoria- a los designios presidenciales, inamovibles e inapelables, de aceptar las “encuestas” de Mario Delgado -que nadie conoce su metodología y ni siquiera si en realidad se aplican-, para encubrir lo que todo el mundo sabe pero se niega a reconocer, el dedazo presidencial en municipios, estados y en la sucesión del 2024.

La licencia que se toman los analistas de prensa y hasta los reporteros maiceados es considerar que cuando el dedazo proviene de una persona buena y noble como don Andrés, entonces no es tal, sino un proceso democrático aplicado a base de la más opaca demoscopía, presentada “como el instrumento científico por excelencia”.

Cuando el acarreo lo realiza Morena, entonces se trata de “movilizaciones espontáneas de militantes convencidos”. Y cuando el abuso de recursos públicos lo perpetran las corcholatas de don Andrés, entonces son “donaciones espontáneas de la industria chatarra de propaganda que ha cobrado repentina conciencia de clase, gracias a la “revolución de las conciencias”.

Todo lo que toca don Andrés queda automáticamente bendecido. Puede militarizar a grados nunca vistos el país, pero como no ordena matanzas desde los helicópteros, entonces no es militarización, sino “reconversión del ejército” para que ayude en todas las tareas que antes se le encomendaban a la iniciativa privada, generando empleos. Pronto las clases medias van a desaparecer y solo sobrevivirán los soldados y los familiares de migrantes con las reservas que López Obrador está convencido crecen por obra suya.

Si las matanzas en México no solamente no ceden, sino que aumentan, es porque ahora los criminales se asesinan entre sí, pues el Estado mexicano solo les prodiga abrazos y por eso “los índices de letalidad han bajado”. Además, atacar las causas, becando a los jóvenes, “lleva tiempo”.

A los mineros y cerveceros que acaparan el 99% del agua en el Norte del País, matando de sed a la población, hay que hablarles bonito para que nos hagan el favor de ceder un poco de ese líquido vital, a cambio de perdonarles sus impuestos, que es lo que haría un gobernante experimentado, no como el majadero de Samuel García que reclama de la federación, aunque sea “una chingada despensa”.

Si un panista trácala como Juan Rodolfo Sánchez y sus secuaces brincan a Morena, sus fechorías quedan automáticamente purificadas. Pero si un morenista se atreve a criticar levemente al mesías, entonces es un traidor a la patria.

Si practicando el canibalismo típico de la izquierda, criticas al grupo mayoritario de Morena en la entidad, habiendo incluso perdido el municipio donde vives, entonces eres considerado “puro”, aunque financies al periodismo más corrupto.

Con AMLO, todos los pecados, delitos y atrocidades son mágicamente convertidos, por obra y gracia de su pura voluntad, en amorosas bendiciones. Y ¡ay de aquél que se atreva a cuestionarlo!

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