martes, junio 17

¿Y ahora quién los va a abrazar? LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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Del meloso apapacho obradorista a la hiel del desamor político… y el regreso de la violencia

En su columna de ayer, “Las amigas distantes” (El Universal), Salvador García Soto escribía textualmente:

“Aunque en la foto y para el registro público se dicen ‘amigas’ y se elogian mutuamente, la relación real entre la presidenta Claudia Sheinbaum y la Jefa de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada, no es tan buena como en sus discursos. La distancia que se ha abierto entre las dos gobernantes, más allá de su coincidencia ideológica y partidista, es tan real que en los casi siete meses que lleva en la Presidencia no ha realizado giras o actividades importantes en la capital del país, ciudad a la que gobernó antes de ser presidenta…

En fin, que, a diferencia de la miel que se derramaba todos los días en el sexenio pasado, cuando el expresidente López Obrador elogiaba, un día sí y otro también, a la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum —a la que llevaba con frecuencia a su mañanera, defendía cuando la atacaban y hasta la rescató del escándalo de la tragedia de la Línea 12 del Metro obligando a Carlos Slim a pagar los platos rotos—, ahora más que miel parece haber hiel entre la presidenta y la Jefa de Gobierno. Se toleran, se sonríen y se comportan en público, pero en corto no se soportan”.

Y justo el mismo día de la publicación de esa columna, como si el acontecer político se hubiera sincronizado con el calendario criminal, se comete el asesinato de dos colaboradores cercanísimos de Clara Brugada, en plena zona céntrica de la Ciudad de México. Un hecho que recuerda inevitablemente el fallido atentado contra Omar García Harfuch hace cinco años, cuando el CJNG intentó asesinar al entonces jefe de la policía capitalina.

Harfuch, recordemos, fue orillado a renunciar a su aspiración de gobernar la capital por el capricho del entonces presidente López Obrador, quien impuso a su favorita: la señora Brugada. Fue ese mismo Harfuch quien, en un giro dramático digno de Narcos México, se acercó a la presidenta en plena mañanera para susurrarle la noticia del crimen, mientras la secretaria de Gobernación tejía, con absoluta desconexión de la realidad, su edulcorado discurso sobre la “pacificación” del país. Un guion cinematográfico no podría haber planteado mejor la secuencia de esta trama macabra.

Horas más tarde, en una de esas preguntas preparadas que suelen formular los acólitos de Lord Molécula —en este caso, el vocero oficialista de “Noticiario en Redes”—, se descalificó a la “comentocracia” por supuestamente lucrar con la tragedia. El tal Hans Salazar ofreció a la presidenta el escenario ideal para que llamara a evitar “especulaciones” y esperar los confiabilísimos resultados del fiscal florero, Alejandro Gertz.

Lo curioso es que al señor Salazar no se le ocurrió aplicar la misma lógica a los desvaríos del senador Gerardo Fernández Noroña —alias Ñeroña—, quien se lanzó de inmediato a culpar a “la derecha” por los homicidios. Según Proceso, el senador declaró: “Su forma de pensar es su derecho. Pero nada justifica las agresiones físicas y mucho menos que alguien pierda la vida en estas condiciones”. Qué alivio. Ya nos quedamos todos más tranquilos.

Como analista político —y como mexicano cansado de comulgar fantasías del oficialismo vulgar—, me permito plantear una hipótesis de trabajo perfectamente válida:

Durante el sexenio obradorista, la política de “abrazos, no balazos” permitió que don Andrés se paseara por todo el país —incluido Badiraguato— sin escoltas, bajo el espejismo de que “el pueblo lo cuidaba”. Pero en realidad, eran los cárteles —principalmente el de Sinaloa— quienes lo protegían como muestra de gratitud por una política diseñada para no incomodarlos. AMLO, convencido de su cruzada moral y de su carisma sobrenatural, pensaba que podía calmar a las fieras con la sola fuerza de su voluntad evangélica.

Pero ahora que doña Claudia ha empezado a desmarcarse de ese modelo de apapacho institucional, lo previsible es que los cárteles comiencen a reaccionar. No se necesita ser Maquiavelo para anticipar lo obvio: cuando se rompe el pacto tácito, los saludos cordiales se transforman en ejecuciones.

Más les vale a los narcopolíticos que durante seis años sacaron raja de la “estrategia” del beso y el abrazo, comenzar a tomar medidas de protección. Porque los antiguos aliados no envían notificaciones de ruptura. Mandan sicarios.

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