Valle de Bravo y Tejupilco, bajo la lupa del dron gringo. AL GRANO. Por Jesús López Segura

Nacionalismo de alquiler. Contrasta mucho el soberanismo discursivo con la praxis entreguista
En el discurso, el Gobierno Federal ondea la bandera de la soberanía nacional como si fuera un estandarte blindado frente a cualquier injerencia extranjera, pero en la práctica, esa bandera parece ser de tela barata, de esas que se arrugan al primer soplido que llega desde Washington.
Esta semana, el espacio aéreo mexicano —ese que supuestamente es “inviolable” según la retórica oficial— fue sobrevolado por un dron estadounidense modelo MQ-9B SkyGuardian, una joya tecnológica de General Atomics capaz de volar más de 40 horas seguidas, de día o de noche, bajo cualquier clima y con un alcance que le permite husmear en cualquier rincón del planeta. Según Flightradar, el aparato merodeó por Valle de Bravo, Tejupilco y otras áreas del Estado de México.
El secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, salió rápido a “aclarar”: no es un dron militar, no es un avión militar… es [¿Superman?], digamos, un visitante aéreo no tripulado que voló a petición de nuestro país. Nada de invasión: pura “colaboración” amistosa.
Al día siguiente, la presidenta Sheinbaum puso más flores a la versión oficial: el vuelo fue parte de una operación contra la delincuencia organizada, solicitada por el propio Gobierno de México porque —admitió sin rubor— no contamos con ese equipo. Es decir, para proteger nuestro territorio y combatir al crimen, necesitamos pedirles prestados los ojos y oídos a la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), la misma que vigila y persigue a nuestros migrantes en la frontera norte.
La mandataria insistió en que todo se hizo “dentro de los marcos de colaboración” y que no es la primera vez. Traducción: no sólo aceptamos que vengan a sobrevolar, sino que es una práctica habitual.
La ironía es obscena: mientras se llenan la boca hablando de independencia tecnológica, de dignidad y de un México que “ya no se arrodilla ante nadie”, en los hechos aceptamos con naturalidad que el equipo más avanzado de vigilancia aérea sobre nuestro territorio lo operen, controlen y monitoreen agencias extranjeras. Y no cualquier extranjero: el mismo que dicta nuestras políticas migratorias, que presiona en materia de seguridad y que condiciona acuerdos comerciales a su conveniencia.
Quizá el verdadero símbolo de la 4T no sea el puño en alto, sino una mano extendida pidiendo prestado, firmando autorizaciones de vuelo y agradeciendo a Washington por cuidarnos… desde arriba. Porque en la “soberanía” versión cuatrote, la independencia se declama en Palacio Nacional, pero se negocia —y se sobrevuela— desde un dron del Pentágono.