martes, octubre 28

Denunciar a criminales en México equivale a una sentencia de muerte. AL GRANO. Por Jesús López S.

0
17

La razón no puede ser otra: hay complicidad entre el crimen y las autoridades que deberían combatirlo

El asesinato de Bernardo Bravo Manríquez, líder limonero de Apatzingán, reaviva el patrón ya visto con Hipólito Mora: un dirigente que se atreve a denunciar la extorsión del crimen organizado es abandonado por las autoridades que debieron protegerlo. Como Mora con López Obrador, Bravo quedó solo ante un Estado que finge combatir la delincuencia mientras la deja operar a sus anchas bajo el disfraz de una “coordinación” institucional.

Honrando su apellido, Bravo había anunciado una manifestación pública contra el cobro de cuotas impuesto por los cárteles en Michoacán. Pocas horas antes fue citado —aparentemente por un intermediario de los criminales— para “conciliar”. Fue hallado muerto con un tiro en la cabeza. Sin escoltas ni vehículo blindado, a pesar de las amenazas previas, el líder citrícola se convirtió en la víctima número 13, en apenas año y medio, de quienes osan denunciar las extorsiones.

El caso no es aislado: en Baja California, Tamaulipas, Veracruz, Nuevo León, el Estado de México y hasta el Centro Histórico de la capital, empresarios, comerciantes y taxistas han sido ejecutados tras acudir a denunciar o simplemente negarse a pagar el “derecho de piso”. Desde que la 4T llegó al poder, las extorsiones han aumentado más de 21%. Denunciar se ha vuelto sinónimo de firmar una sentencia de muerte.

La reacción oficial fue la habitual: Claudia Sheinbaum lamentó “muy tristemente” el asesinato y prometió justicia, mientras su secretario de Seguridad, García Harfuch, anunció la detención de un presunto extorsionador. Pero detrás del guion mediático, los hechos revelan una complicidad estructural: los criminales actúan con información privilegiada, citan a sus víctimas sin temor y las autoridades “descubren” los cadáveres horas después.

Sheinbaum repite la fórmula de su antecesor: condolencias públicas, capturas simbólicas y promesas de reformas legales tardías, mientras la sangre sigue corriendo. Como antes con Hipólito Mora, el Estado vuelve a demostrar que en México se asesina a quienes se atreven a exigir justicia. El mensaje es claro: el crimen y el poder transitan del mismo lado del camino, y quien se atreva a cruzarlo, muere.

La diferencia de matices entre el primero y el segundo piso de la “cuarta transformación” es que, en el caso de AMLO, el abrazar a los delincuentes (en vez de confrontarlos) se manejaba con orgullo para rendir culto a una personalidad mesiánica convencida de que fue la misma sociedad la que arrojó a los criminales al sendero del mal y haciendo gala de una megalomanía inaudita, emulando a Jesucristo, el tabasqueño creyó (junto con millones de engatusados) que el amor los liberaría de su maldad.

La misma lógica evangélica aplicó a la incorporación de personajes deleznables a Morena, pensando ingenuamente que quedarían automáticamente “purificados”.

El caso de Sheinbaum es diferente. No hay duda de que no soporta a figuras nefastas como Adán Augusto, Noroña, Armenta y Nahle, entre otros y otras, pero tiene que aguantarlos por presiones de su mentor en lo que muchos señalamos como una suerte de maximato.

Y hablando de Nahle, reproducimos textual un párrafo de la columna de Raymundo Riva Palacio que ilustra cómo los obradoristas radicales desprecian a la Presidenta:

“El miércoles, cinco horas antes de que colapsaran los servicios en Veracruz, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió un informe de la Conagua alertándola de lo que venía. Buscó a la gobernadora, una, dos, tres veces, pero nunca se pudo comunicar con ella hasta que ya era demasiado tarde. Nahle se había tomado unos días en el norte del país, sin importarle la información sobre lo que se avecinaba en su estado. Cuando la presidenta le reclamó, le salió respondona. La altanería común de Nahle extendió su brazo con la presidenta. Al águila se le respeta, no se le rebate. Y cuando se hace para justificar su incompetencia, lo único que logra es ahondar el desprecio con el que la están tratando sus gobernados y provocar la ira de la presidenta”.

Comments are closed.