viernes, julio 26

El periodismo de compromiso y la chayocracia sentimental. Por Jesús López Segura / LA VERSIÓN NO OFICIAL

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AMLO define de qué forma entiende sus relaciones con la prensa

En un mini debate con el reportero de Proceso, Arturo Rodríguez -al que prácticamente no dejó hablar- el Presidente expresó, sin ambages, que los buenos periodistas -es decir, los que pueden salvarse de ser arrumbados en la categoría de Fifís o cómplices del saqueo neoliberal corrupto- deben tomar partido por el cambio y que el Presidente sólo atiende a la prensa “que se porta bien con él”. Por eso dejó de leer Proceso cuando murió don Julio Scherer.

Muchos de los representantes de esa llamada “prensa Fifí“, con Ciro Gómez a la cabeza, están de plácemes. Don Andrés les ha dado el motivo para una discusión epistemológica de la mayor trascendencia por estos días en que televisoras y radiodifusoras concesionadas emprenden una asonada mediática contra el mandatario que resiste, estoico, desde su bunker mañanero de Palacio Nacional.

Hoy que la 4T trata de instalarse en el ánimo, en la ideología de quienes votaron masivamente por un cambio que no termina de verse con claridad en el estilo periodístico dominante de los medios hegemónicos de un país polarizado al extremo, hacen falta definiciones precisas como las que acaba de externar el líder máximo (por no decir único) de esa transformación nacional que pretende, al menos en el discurso -no tanto en los hechos- alcanzar la talla de la Independencia, la Reforma y la Revolución.

¿Debe haber un compromiso decidido, consciente, militante del periodista con el cambio, como recomiendan las recetas del enfoque constructivista en Epistemología, o su labor debe restringirse, conforme a la visión positiva de la “ciencia social neutral, objetiva”, a la observación aséptica del sujeto sobre su objeto de estudio?

Zarco y los hermanos Flores Magón no andaban dándoselas de periodistas “científico-sociales”. No. Ellos asumieron un compromiso militante con la lucha liberal contra los conservadores de su tiempo, predica el Presidente para avergonzar al reportero de una revista que lo critica por una consistente y admirable determinación vocacional del medio donde trabaja.

Los Fifís callaron desde sus asientos y dejaron morir solo al valiente reportero que sufre la descalificación presidencial con el amargo sabor de boca de saberse partidario de un verdadero cambio, no de una simulación autoritaria, con tintes stalinistas, de censura sentimental: “Te portas bien conmigo, entonces eres un buen periodista”.

Amlo clama por que “lo traten bien” y en esa actitud intolerante light (porque no implica perseguir o matar a periodistas -aunque la cuenta de asesinatos durante su gestión crece tan alegremente como en los tiempos neoliberales) se esconde el argumento exactamente equivalente del que alardeaba que no pagaría para que le peguen.

El Presidente está convencido de que anda con la verdad. De que se lleva de a cuartos con los más caros principios del humanismo político al servicio del pueblo. De que todo aquel que ose criticarlo pertenece al grupo de corruptos saqueadores que secuestraron el país durante 36 años. De que quien no está con él, está definitivamente en su contra. De que eres su amigo incondicional, o su enemigo declarado.

Y seguramente Morelos, Villa, Zapata, Juárez y todos los grandes héroes de las transformaciones anteriores pensaban igual. Sólo que ellos no perdonaron a los delincuentes de cuello blanco que saquearon el país. Ellos no pretendieron salvar a los pobres sacrificando a las clases medias. Ellos se fueron a la fuente última de la desigualdad nacional. Ellos no pretendieron cohabitar con la clase dominante de su tiempo.

Muchos periodistas que nos resistimos al oficialismo vulgar de algunos youtuberos fanáticos, podríamos parafrasear a don Andrés, con todo respeto: No somos iguales.

Hoy más que nunca se requiere de una prensa crítica que impulse la verdadera transformación del país ante la asonada mediática de la prensa reaccionaria que impulsa, con todo su poderío acumulado por décadas, una regresión al viejo orden. Lástima que el presidente no vea ese importante detalle con claridad.

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