viernes, julio 26

La muletilla de Delfina. Por Jesús López Segura. LA VERSIÓN NO OFICIAL

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Una propuesta “sabionda” expresada en el lenguaje “fifí” de la “despreciable clase media ilustrada”

Es un hecho que la pandemia está afectando más ahora a los niños y jóvenes que en las primeras etapas de su irrupción en el planeta. Ello se debe, en parte, a la mucho mayor virulencia de la variante Delta y a que ya hay un gran número de vacunados entre los adultos mayores.

Así, la obsesión por el regreso compulsivo a las clases presenciales pone en riesgo no solamente a los niños (sin vacuna) sino también a los familiares no vacunados (incluidos los de todo el personal educativo) porque el contagio puede potenciarse debido la convivencia escolar, en la que todos sabemos -excepto Delfina– se relajarán con el paso de los días las en un principio “rigurosas medidas sanitarias“.

De modo que el retorno a las clases presenciales resulta muy inoportuno, por mucho que el Presidente López Obrador esté tan encaprichado en acelerarlo.

Don Andrés Manuel tiene razón cuando dice que la mejor oportunidad que tienen los niños y jóvenes de socializar y escapar de las garras del encierro y del Nintendo, es la escuela. De hecho, fuera de las cascaritas callejeras de futbol -que se han venido perdiendo con el tiempo, pero sobre todo con el tráfico de vehículos-, y otros eventos como las fiestas cumpleañeras con primos y primas, la escuela sigue siendo -y lo será por mucho tiempo- “el segundo hogar”, como dice un romántico de la escolarización como don Andrés y su delfina para el Gobierno del Estado de México, a cargo, por el momento, de la SEP.

Pero eso no quiere decir que ese “segundo hogar” tenga que ser idealizado como si se tratara de la mejor o única alternativa para el desarrollo sano de nuestra niñez y juventud.

La ideología dominante en la formación social mexicana -perdón si alguien se ofende por usar el lenguaje “técnico” de la Sociología de la Educación– establece con inequívoca claridad que la escuela -como aparato ideológico típico del capitalismo- tiene una función real exactamente contraria a sus objetivos declarados, es decir, que lejos de ser un mecanismo de movilidad social ascendente para compensar las desigualdades sociales “dando a todos por igual la oportunidad de estudiar”, en la realidad funciona como un mecanismo altamente eficiente para obstruir el ascenso curricular de los alumnos que ingresan con un capital lingüístico y cultural diferente al de la clase dominante, es decir, de la inmensa mayoría. De ahí el fenómeno de la “pirámide escolar”.

La imposición de “conocimientos” en el aula autoritaria solo logra que los alumnos detesten estudiar, realizar tareas y presentar exámenes que miden no el grado de comprensión, de apropiación de los detalles del verdadero conocimiento -una de las experiencias más apasionantes de la vida-, sino la fijación en la memoria de datos engorrosos y, a menudo, obsoletos e inútiles.

El sistema educativo nacional pone énfasis en el aprendizaje memorístico y enciclopédico, muy alejado del ejercicio lúdico de adquirir datos de manera lógica y fluida para concatenarlos en la experiencia incomparablemente placentera de aprender, reflexionar críticamente y resolver problemas e incógnitas cognoscitivas.

Hay infinidad de modelos educativos que se han experimentado a lo largo de la historia escolar para “inspirar a los alumnos” y también un gran número de estudios concienzudos para explicar el fracaso de la escuela capitalista, cuyo fin último es “precisamente” (muletilla favorita de doña Delfina) dejar en el camino a los familiar, económica y socialmente menos favorecidos, a fin de que acepten sin chistar su posterior explotación en el trabajo, con la inapelable justificación de su “fracaso” escolar, cumpliendo así su misión oculta de reproducir cabalmente las desigualdades sociales.

Las teorías más avanzadas de la Educación sustentan una serie de hechos que cualquier mandatario debería conocer o, al menos, dejar en manos de expertos.

Poner a una persona como la muy respetable maestra texcocana al frente de la educación pública del país es un despropósito monumental, basado en el prejucio -que se exhibe cada vez con mayor desparpajo-, de que los petulantes “sabiondos” que se expresan con elegancia fingida, con lenguaje pomposo y técnico, así como la clase media en general, son “despreciables” porque se trata del “lenguaje que usan los corruptos para enmascarar sus tropelías” contra el pueblo no ilustrado.

Delfina es, junto con infinidad de maestros mal preparados -con algunas honrosas excepciones-, víctima de un sistema educativo que la convierte, al mismo tiempo, en verdugo de la alegría de vivir, la capacidad crítica y de aprendizaje de infinidad de niños aislados en un pupitre durante 8 horas diarias, sometidos a los gritos, las amenazas y hasta los golpes con reglas y borradores para intentar controlarlos fuera de la ridícula media hora del “recreo”.

Ésa es su misión en el aparato ideológico por excelencia del modo de producción capitalista que requiere muchos obreros mal pagados, pero bien entrenados desde niños a llegar a tiempo (antes del sonido de la campana escolar o el silbato de la fábrica), obedecer órdenes de quien se le presenta como intelectualmente superior (el maestro o el capataz de la fábrica, aunque en realidad se trate de un burro), acostumbrado a aceptar con sumisión el resultado de “exámenes” que lo descalifican (lo expulsan de la escuela o lo despiden del trabajo), sin posibilidad alguna de apelar ante nadie, porque tuvo la oportunidad de estudiar pero la desperdició por dedicarse al juego y a la disipación, es decir, a vivir.

El Gobierno que se propone cambiar las cosas al extremo de una “cuarta transformación” en el mismo grado de contundencia que la Independencia de México, su Reforma y su Revolución, debería tener perfectamente claro que la pandemia constituyó una espléndida oportunidad de cambio radical, que contemplara extender la red de Internet hasta los más recónditos sitios del país y, al mismo tiempo, dotar a los niños y jóvenes de las herramientas para la educación a distancia con el espléndido método de Sugatra Mitra, por ejemplo, convirtiendo, al mismo tiempo, los amplios espacios escolares, ya existentes, en lugares de intensa participación social de padres y alumnos para hacer teatro, cine, deporte de manera intensiva y lúdica, entre otras muchísimas actividades tanto académicas como sociales.

Esto pensamos los que hemos estudiado durante muchos años al aparato escolar del capitalismo a la mexicana. Si a alguien le resulta pretencioso y pedante pensar siquiera en las posibilidades aquí expuestas, tendríamos que recordarle que no somos nosotros los que presumimos de abanderar un cambio radical en el país, pero terminan reforzando las vilezas y perversidades de un sistema educativo nacional en franco proceso de descomposición. ¿No cree usted?

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