jueves, noviembre 21

Falló la “Caja China” de Zaldívar. LA VERSIÓN NO OFICIAL. Por Jesús López Segura

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No le explicaron bien al Presidente cómo funciona eso de tapar un escándalo con otro

No parece haber poder humano que convenza al presidente López Obrador de que es él –y no Loret, ni Aristegui, ni los demás molinos de viento de la prensa y la intelectualidad ex orgánica con la que riñe a diario–, quien mejor atiza el escándalo de la casa gris de Houston.

El ministro Zaldívar, amigo y aliado del Presidente y muchísimo mejor comunicador que el vocero Jesús Ramírez, le dio la mejor salida posible a don Andrés para sacarlo del pantano comunicacional en el que está entrampado desde hace ya casi un mes y del cual se niega a salir, obsesionado como está en “la defensa de su hijo”. Por el contrario, López Obrador se hunde cada vez más, como festinan Loret y Brozo mientras desmantelan el costoso escenario que montaron de La Mañanera en Latinus.

La Caja China” es el título que le dan en la película La Dictadura Perfecta a la estrategia televisiva de inventar un escándalo mayor para diluir en la opinión pública el escándalo en curso que afecta al mandatario en turno. AMLO tuvo la oportunidad de desviar los reflectores hacia Calderón… pero la dejó ir.

Zaldívar es un genio y un entrañable amigo leal. A quienes se preguntan por qué hasta ahora soltó la sopa de las atrocidades que fue capaz de cometer Calderón para proteger a los familiares de su esposa, luego del crimen de lesa humanidad en la Guardería ABC donde murieron quemados 49 niños y más de 100 quedaron afectados de por vida, la respuesta es muy simple:

“Ahí está el proyecto que presenté –dijo Zaldívar en la presentación de su libro–, vean ustedes los debates, vean ustedes la carencia de argumentos. Y quiero decirles otra cosa, por lo menos dos de mis compañeros leyeron como su posicionamiento en el pleno los memorandos que nos había llevado la autoridad; no tuvieron ni siquiera el cuidado de cambiar la redacción. Por no dañar a la Corte, esto obviamente no lo hice público en ese momento”, afirmó el ministro presidente.

Don Arturo Zaldívar estaba asqueado de ver la forma en que Loretito y compañía manipulaban una falta menor –de ausencia de tacto político– de José Ramón López, para convertirlo mediáticamente en un presunto delincuente beneficiario malvado de un supuesto “conflicto de interés habitacional” con el único propósito de destruir la línea discursiva de su padre, con insidia y agresividad inusitadas.

El pecado de José Ramón al disfrutar un estilo de vida “aspiracionista” que choca con las prédicas de don Andrés, es un descalabro, no un delito, comparado al menos con las atrocidades de Calderón que llegaron al extremo de impedir que niños moribundos fueran llevados a un hospital de Estado Unidos donde podrían haberlos salvado, “para que el escándalo del incendio de la Guardería ABC no creciera internacionalmente”.

Lelo de Larrea no se pudo contener y obsequió a la prensa -luego de un larguísimo periodo de discreción obligada por debidos procesos judiciales- detalles de la falta de humanidad de Calderón y sus secuaces, confirmando su condición –para hablar claro–, de presidente genocida.

Pero Jesús Ramírez –o quien quiera que sea el que aconseja a AMLO en materia de Comunicación Social–, fue incapaz de explicarle al mandatario –o éste se cerró por completo a escuchar– la trascendente ayuda, el puente salvador que le extendía su amigo ministro, porque le daba la oportunidad de mostrarse asqueado, de armar un escándalo de indignación mañanera, exigiendo que Gertz Manero abordara cuanto antes la denuncia de Zaldívar y la llevara hasta sus últimas consecuencias judiciales.

Le daba la ocasión adicional al mandatario de aprovechar la denuncia del reportero sonorense sobre la forma en que Claudia Pavlovich protegió a la familia de Margarita Zavala, para echar por tierra, públicamente, su intención de premiarla con el consulado en Barcelona, alegando que es de sabios cambiar de opinión y que él no conocía esos detalles sobre la exgobernadora priista. Pero ¿que hizo el Presidente con este magnífico regalo de Zaldívar?

Dijo que él le cree al ministro “porque es un hombre honesto” y que celebraba la denuncia “para que algo así no vuelva a ocurrir”. Agregó, a regañadientes, su molestia por la impunidad que todavía impera en este caso, como si no dependiera en buena medida de él mismo terminar de tajo con dicha impunidad.

Luego de esa reacción propia de un simple espectador -y no del más destacado protagonista de la trama para acabar por fin con esa maldita impunidad que indigna al mundo entero–, don Andrés, con todo respeto, se echó nuevamente de clavado en el pantano donde ha estado pataleando ya casi 4 semanas seguidas, atacando de nueva cuenta al periodismo en general -no a todos, aclaraba- y culpando a la prensa del encubrimiento de los crímenes del Borolas.

¡Ah!… y para rematar, el mandatario nuevamente abordó el tema de su hijo con argumentos tan pedestres como el de que “ni modo que yo haya contratado los servicios de una empresa que ni conozco para que le rentaran una casa a mi hijo; o ni modo que Calderón haya mandado incendiar la guardería”…

El maestro Alfonso Zárate escribe hoy en su columna de El Universal sobre la estupidez humana:

“Uno de los errores más frecuentes de quienes analizan los hechos políticos reside en su propensión de encontrar una racionalidad que explique lo que por ser tan absurdo parece inexplicable: por ejemplo, el delirio (de grandeza) del presidente López Obrador de ponerse a la altura de los grandes héroes de la patria; o la demolición de un aeropuerto con un avance significativo en su construcción, para poner en su lugar una “estación avionera” con una capacidad disminuida y ubicada en una zona de difícil acceso. Los ejemplos se multiplican: la locuacidad de decir que en este gobierno no hay ladrones, o la infamia de ofrecerle a los delincuentes —muchos de ellos brutales psicópatas que torturan, asesinan y desmiembran a sus víctimas— abrazos en vez de balazos”.

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