En 2017 hubo un homicidio cada 18 minutos. ¿Ello forma parte de un “plan criminal” de gran calado?: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial
Un pueblo aterrorizado, terreno fértil para el saqueo
https://youtu.be/hJ6TVc0ssSk
Durante 2017, en México se registró un homicidio doloso cada 18 minutos, lo que convierte a ese año en el más violento en la historia reciente del país, advirtió Francisco Rivas, presidente del Observatorio Nacional Ciudadano (ONC).
Aseguró que el año que recién concluyó no sólo se incrementó la violencia, sino que evidenció que, en la recta final del sexenio de Enrique Peña, “México sigue sin contar con una estrategia eficaz contra la violencia“.
Este planteamiento, formulado seguramente de buena fe por parte de Rivas, podría constituir, sin embargo, parte de una conspiración de gran calado tendiente a convencer al pueblo de México de que el gobierno “busca una estrategia eficaz contra la violencia, pero ha fallado por circunstancias ajenas a su voluntad”. Ello podría no ser del todo cierto. Al menos la creciente criminalidad a lo largo de un sexenio que remata sus cifras exactamente al revés de lo que cabría esperar, desmiente por completo la supuesta meta gubernamental de disminuirla.
La estrategia inaugurada por Calderón y seguida a pie juntillas por Peña, ha dado pie a un auténtico genocidio en el país, sea o no reconocido como tal por el Gobierno mexicano, sea o no advertido con todas sus letras por las alarmas internacionales que no se atreven a llamar a las cosas por su nombre.
El Papa Francisco, por ejemplo, filtra tímidos llamados de preocupación por la situación mexicana, pero no prende los focos rojos de alerta internacional con la intensidad que cualquier cristiano congruente daría a esta masacre brutal que padece un pueblo como el de México que con tanta devoción ha recibido al representante de la Iglesia Católica en épocas menos aciagas.
Es tal la dimensión de la tragedia mexicana, y tan escandalosa la complacencia con la que el Presidente Peña defiende su sangrienta administración, incluso retando a quienes la criticamos con argumentos como el de que hay que hablar también de “lo bueno”, so pena de caer en el pecado de las “fake news“, es tal el descaro, que cabría preguntarse si esta, por así decir, “fallida” estrategia no es aplicada intencionalmente para mantener aterrorizado a un pueblo a fin de poder saquearlo institucionalmente.
Mantener al Ejército y la Marina en las calles durante once años, bajo la promesa incumplida de capacitar policías adecuadas, en lo que constituye un virtual e ilegal Estado de Sitio, no solamente ha sido ineficaz como “estrategia de lucha contra el crimen”, sino absolutamente contraproducente, como lo demuestra el creciente aumento de la criminalidad en todas sus odiosas facetas, alcanzando hacia el final del sexenio las cifras más altas, así como el crecimiento exponencial del consumo y tráfico de drogas que antes de llevar el prohibicionismo a estos extremos de locura, sólo eran productos de exportación.
El paradigma del prohibicionismo tuvo que ser abandonado en los 30s porque las mafias del estilo Al Capone proliferaron e implantaron un clima de terror creciente, que sólo pudo ser contenido legalizando el alcohol e intentando regular su consumo como política de salud pública. Esa experiencia inobjetable ha sido desdeñada sistemáticamente por los fanáticos de un prohibicionismo anacrónico en materia de drogas relativamente inocuas como la marihuana y la cocaína.
Un pueblo aterrorizado como el nuestro, ve con relativa indiferencia que gobernadores priistas y panistas amigos saqueen las finanzas públicas de sus estados con tal impunidad, que exhibe una inocultable complicidad federal, apenas paliada con obligadas detenciones light con motivos electoreros que se convertirán en liberaciones fast track tan pronto como logren sus cometidos de campaña.
Un pueblo aterrorizado, contempla con resignación las escandalosas elecciones de Estado mediante credenciales falsas en el descarado mercado negro de las aplicaciones del INE, que han venido a sustituir con fluida eficacia las viejas prácticas del ratón loco, las urnas embarazadas y las operaciones tamal, cuando el atraco electoral se efectuaba “in situ”, y no de manera cibernética (in vitro).
Un pueblo aterrorizado, ve con coraje contenido cómo la “reforma energética” que le prometió bajas en el precio de los combustibles se traduce en el huachicoleo creciente, es decir, el robo de gasolinas que se cotizan a precios de piedras preciosas para su venta en el mercado negro, al amparo de funcionarios públicos y compadres dueños de gasolineras.
Un pueblo aterrorizado, prefiere dejar de bañarse antes que salir a las calles a protestar porque el precio del gas doméstico se incrementa en forma estratosférica.
Un pueblo aterrorizado, en fin, es justamente lo que necesita una clase política ladrona para apoderarse, tranquilamente, de la riqueza nacional, y lograr la hazaña histórica de concentrar más de un 50% de la riqueza nacional en menos de una docena de familias.
Sólo un pueblo aterrorizado puede permitir semejantes atropellos. ¿No cree usted?
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