Trasciende que Enrique Peña se reunió con narcos en España. Por Jesús López Segura
En materia de lucha contra el narco, AMLO ni picha, ni cacha, ni deja batear
Mientras la liga del caso Emilio Lozoya sigue estirándose en México para determinar si se le perdona (a cambio de devolver migajas) el haber recibido millones de dólares para la campaña presidencial de Enrique Peña (como secretario formal de Relaciones Exteriores -e informal de Energía- del PRI) nada menos que de una empresa extranjera, Odebrecht –lo que constituye un flagrantísimo delito de traición a la patria–, don Enrique, que juega golf y amplió su cómodo permiso de residencia en España, sigue más protegido por el fiscal TortuGertz Florero que los intereses de los militares en el obradorismo.
Peña podrá seguir viviendo tranquilamente en España, o en Dubái, o donde se le pegue la gana -porque goza de una inmensa fortuna, dicen, mal habida-, mientras respete los términos del acuerdo con ya saben ustedes quién, pacto cuyos detalles –explícitos e implícitos– todo indica serán supervisados de cerca por don Quirino Ordaz Coppel(as o cuellos), un distinguido embajador del cártel de Sin… perdón, de México en el país Ibérico.
La transición del neoliberalismo salvaje prianista hacia el populismo obradorista, puede entenderse con bastante claridad deteniéndose a observar la evolución del trato con el narco de las diversas administraciones que van del priismo de la dictadura perfecta, hasta el populismo autoritario, pasando por la tragedia humanitaria del belicismo calderonista.
Los priistas alternaban el poder entre sus corrientes nacionalista revolucionaria y conservadora, llevándola leve con los narcotraficantes, a quienes proponían protección a cambio de una lanota en dólares. Sólo a alguien tan urgido como Felipe Calderón de obtener legitimidad, no alcanzada en las urnas, se le ocurrió despreciar un negocio de alrededor de cien mil millones de dólares al año, declararando una guerra genocida contra el narco que luego trató de rectificar con acuerdos burdos de su brazo derecho, García Luna, con el Chapo Guzmán.
Hacia el final de la dictadura perfecta, cuando tocándole el turno a los nacionalistas revolucionarios, Miguel de la Madrid decidió traicionarlos, y Salinas inauguró el neoliberalismo formal en pleno auge de la llamada globalización, se fraguó un acuerdo secreto con Washington para dar cauce a un bipartidismo al estilo gringo que abriría la puerta de par en par de la Presidencia de la República al arribo de un panista, a cambio de la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
Paralelamente, Salinas puso a su hermano Raúl a negociar con los narcotraficantes para obtener los recursos que le permitieron apropiarse de las principales empresas estatales, a través de prestanombres, y financiar su proyecto fallido de “solidaridad”. Pero forzó demasiado el viejo recurso priista de mantener cierta civilidad en el millonario negocio, mediante el truco de respaldar a ciertos cárteles que aportaban su sustancioso moche, usando la fuerza del Estado para doblegar a los grupos criminales emergentes, simulando así una “lucha generalizada contra la delincuencia”, que en realidad no era tal.
Ello dio origen a la pérdida de control en los casos Colosio, Posadas Ocampo y Ruiz Massieu, entre mucho otros de menor trascendencia mediática.
El beneficiario del pacto de Salinas con los gringos, Vicente Fox, drogado con Prozac, descuidó el riguroso acuerdo de los priistas para que la lucha entre cárteles no dañara a la población y dio pie a la tragedia que vendría con su no deseado sucesor.
Como todo el mundo parece coincidir, Calderón pateo el avispero a lo pendejo, iniciando la tan inútil como inexorable militarización en México, y provocó una crisis humanitaria en el país que debería valerle ser condenado por crímenes de lesa humanidad, pero don Andrés, deslumbrado como está con su mesianismo de los abrazos, no quiere juzgar a nadie, convencido de que se está fraguando una “revolución de las conciencias” en nuestro país que dará al traste con lo malo, para dar paso al amor cristiano en todo su esplendor filosófico y religioso.
Así, el mandatario organiza con su vocero -de nombre Jesús, claro-, una campañita mediática dizque para convencer a los jóvenes mexicanos que no se droguen, poniendo énfasis en los riesgos mortales del fentanilo, mientras apapacha a la familia del Chapo Guzmán que se dedica, precisamente, a fabricar y exportar ese veneno a los Estados Unidos, provocando la muerte de unos cien mil adictos de aquel país.
Algunos priistas, en resumen, se hicieron ultramillonarios controlando el negocio de la marihuana y cocaína, básicamente, muertos de la risa en secreto respecto del paradigma del prohibicionismo impuesto por Richard Nixon en Estados Unidos para someter a los jóvenes que protestaban contra la guerra de Vietnam, en el siglo pasado.
Calderón revivió ese paradigma absurdo, sacando a los soldados de sus cuarteles, y provocando una tragedia humanitaria que persiste hasta nuestros días.
Don Andrés, siempre bien intencionado pero pésimamente asesorado, obsesionado como está con abrazar a todo el mundo -excepto a los que lo criticamos- ni les saca la lana a los narcos, ni los controla de ninguna forma, ni los extermina como pretendía el inútil de Calderón, es decir, para expresarlo en términos que parece entender muy bien: ni picha, ni cacha, ni deja batear.