martes, diciembre 3

Califica Peña un diagnóstico objetivo sobre su fracaso en materia de seguridad como “bullying”: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial

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Reconoce metas incumplidas en la violencia que vive el país, ¡pero culpa a sus críticos!

https://youtu.be/aYNAgVIxbHQ

 

Frente a un diagnóstico valiente, irrefutable de María Elena Morera, que pone en evidencia el fracaso de su administración en materia de seguridad, Peña se cierra, dice que las instituciones que él encabeza son víctimas de bullying y manifiesta un abierto desprecio hacia sus críticos.

El Presidente Peña Nieto ha entrado en la espiral esquizoide que le provoca a los presidentes mexicanos el abandono del poder absoluto, omnímodo que ejercen durante seis años. En la víspera del destape, el mexiquense se obnubila y culpa a la sociedad civil que lo critica del fracaso en su desastrosa política de seguridad que sólo ha traído desgracia y dolor al pueblo de México.

Todo lo tergiversa. Si le señalan que la masacre de proporciones bélicas que vivimos desde hace seis años no cede con su política de seguridad y, por el contrario, se incrementa en los últimos años de su mandato, a Peña no le queda otro remedio que reconocerlo, porque ahí están las cifras oficiales que lo confirman, pero entonces recurre al desquiciado argumento de culpar a quienes critican a las instituciones por esos resultados negativos.

Acorralado por su propio fracaso, culpa de los malos resultados no a la burocracia que él encabeza, sino a quienes la denuncian por su ineficiencia para procurar justicia y paz a los mexicanos, cuando no la señalan como cómplice de los criminales.

Dice María Elena Morera, sin que le tiemble la voz en absoluto, lo que ningún miembro de la alta burocracia que lo rodea se atreve a decirle al Presidente:

 

“La violencia que vivimos no es temporal ni regional, es endémica y de alcance nacional. No sólo no estamos revirtiendo los índices delictivos y la violencia, sino que no estamos logrando contenerla. Nuestros sistemas de seguridad, de justicia, y desde luego también el penitenciario, se encuentran estancados y difícilmente pueden empeorar”.

 

¿Y cuál es la respuesta?

El presidente Enrique Peña Nieto cuestionó que se escuchen más las voces de la sociedad civil que condenan, critican y hacen bullying sobre el trabajo de la instituciones del Estado mexicano, y muy pocas reconozcan la tarea de las fuerzas armadas.

Se quiere, dijo, un trabajo responsable y eficaz de las instituciones a las que todos los días pretendemos desmoronar, descalificar, especialmente a los integrantes de las fuerzas armadas.

Aseveró que cuando se pone en duda lo que hacen las fuerzas armadas y de seguridad pública, nadie sale a hablar por ellas, nadie sale a defenderlas ni respalda el trabajo de las policías.

Pareciera, indicó, que estuviéramos conminando a nuestras fuerzas policiacas y armadas a que la inacción sea la mejor forma de actuar.

Se veía molesto. El rostro endurecido por la decepción. Está a punto de dejar el poder y no solamente fue incapaz de frenar, en seis años, el desastre en materia de seguridad que le heredó su antecesor y socio panista, Felipe Calderón, sino que, reproduciendo su estrategia de guerra contra la delincuencia, logró superar las cifras de la desgracia nacional. Del luto de cientos de miles de familias mexicanas. Como si su política fuera encaminada precisamente a eso, a aterrorizar a un pueblo sometido al más grande saqueo de la historia para que no proteste. Para que soporte a pie firme, sin rebelarse, que el patrimonio social sea transferido cotidianamente, mediante mecanismos de corrupción e impunidad institucionalizados, a manos de la clase política más depredadora de la historia de México.

El colmo fue cuando se refirió a la situación de los penales. Luego de que el mundo entero vio la colusión de las autoridades tanto penitenciarias como de otros niveles de gobierno en el Estado de México para la extorsión masiva de las familias de presos comunes, a manos de una organización comandada por presos de alta peligrosidad como El Tatos, extrañamente recluidos -y rotados con sospechosa frecuencia- en penales normales, lo que arroja una evidencia contundente de corrupción en el gobierno de Eruviel Ávila.

El presidente Peña justifica la gravísima situación penitenciaria del país en términos francamente pueriles, con el ridículo argumento de que los custodios “mal pagados” (como si el sueldo que reciben no dependiera de la burocracia política que él encabeza) “son intimidados” por los torturadores profesionales que cometen atrocidades indecibles en sus narices, sin que las autoridades, ésas sí muy bien pagadas, tengan que ver nada en el monstruoso asunto.

Peña se ha convertido en un político de altísima peligrosidad para México. Cuanto más pronto deje el poder tanto mejor para el país. Es un hombre que ha perdido por completo la capacidad de escuchar al pueblo que gobierna. Le ha llegado el fatídico momento de despertarse todos los días viendo como joder a México. ¿No cree usted?

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