viernes, julio 26

Guía para no dejarse engañar por el “debate”: Por Jesús López Segura / La Versión no Oficial

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El TUCAMLO, “Todos Unidos contra Andrés Manuel López Obrador”

 

El debate de mañana, como los discursos de campaña y los videos promocionales que difunde el Estado mexicano hasta la náusea, estará marcado por un intento de linchamiento de todos contra López Obrador. No habrá sorpresas en este sentido. Por eso López se prepara, más que con discursos, armándose de paciencia para no caer en provocaciones, aunque debería evaluar la conveniencia de quitarles la careta a algunos de sus contrincantes.

El pretexto para la formación del TUCAMLO, “Todos Unidos contra Andrés Manuel López Obrador“, es que “resulta natural que los de abajo ataquen al puntero”. Eso es lo que argumentan la mayoría de los conductores de noticias de las televisoras hegemónicas que se suman, algunos descarada y otros discretamente, a la asonada mediática contra AMLO.

Pero el problema para esta pandilla de linchadores es que López es el puntero indiscutible precisamente gracias a que se la viven atacándolo. Es el círculo vicioso en el que caen quienes pretenden mantener los privilegios que les da el poder en manos de ellos mismos o sus aliados históricos (y ahora histéricos).

Son los mismos antilopezobradoristas quienes han hecho crecer a López en las encuestas, lo que significa -en el contexto de la indudable corrupción de la mayoría de las empresas encuestadoras-, que las preferencias reales en favor de Morena probablemente son mayores de lo que se piensa.

La explicación de este fenómeno radica en que todos los candidatos, excepto el propio López y José Antonio Meade, tienen un plano de sustentación que raya en la delincuencia electoral, lo que los descalifica en automático para andar condenado verbalmente a nadie.

Anaya ha sido señalado como lavador de dinero y si los incesantes ataques en su contra -por su relación íntima con delincuentes de cuello blanco- cesan, como parece ser el caso, no será más que porque se fraguó (se dice que en la fiesta de cumpleaños de Salinas) un acuerdo secreto para habilitarlo como “el plan B” del sistema, ante la imposibilidad de que Meade supere su estancamiento mortal en la campaña.

En otros tiempos, cuando las redes sociales no jugaban un papel tan destacado, hubiera sido relativamente fácil para el sistema relevar a Meade discretamente con Anaya, al más puro estilo del amasiato prianista. Pero ahora les resulta imposible.

El Bronco es un delincuente electoral comprobado que falsificó más de un millón de firmas para obtener su registro, según expone el propio INE. Es candidato por obra y gracia de un Tribunal Electoral infiltrado por militantes partidistas impúdicos.

La presencia de El Bronco en la boleta y en los debates constituye la gran vergüenza histórica del actual proceso. Es la escandalosa aberración jurídica que dejará dañada para siempre la presunta imparcialidad, objetividad y todos los valores sustantivos de la democracia mexicana.

Margarita Zavala también obtuvo su registro con un gran número de trampas y, su candidatura, adicionalmente, es producto de un magno nepotismo, el de un expresidente al que le pagamos y ponemos a su servicio un aparato costosísimo con el fin unívoco de que se abstenga, no de exponer sus ideas, pero sí de participar activamente en intentos por perpetuarse en el poder.

La generosa pensión a la que “renuncia” Calderón tenía por objeto, universalmente aceptado, evitar los “maximatos”.

Sólo Meade, al igual que López, es un candidato legítimo. No ha sido señalado por actos directos de corrupción, a lo sumo por haberse hecho de la vista gorda en las altas y variadas responsabilidades que asumió en gobiernos panistas y priistas escandalosamente corruptos. Su problema es que, sin ser priista, carga con el desprestigio de un priismo enloquecido que desperdició la segunda oportunidad que le dio el magnánimo electorado mexicano y abusó como nunca antes del saqueo de las finanzas públicas y de su evidente complicidad con criminales, lo que lo lleva a una debacle probablemente terminal.

Meade, hemos insistido aquí desde antes de que lo ungieran como candidato, era un espléndido prospecto, pero sólo si lo presentaban como un abanderado ciudadano, apoyado por el PRI pero sin ser priista, ni panista, sino un eficiente y honesto servidor público que diversos partidos han aprovechado por sus indudables talentos, no por su militancia.

Pero Aurelio Nuño, ambicioso en extremo, autoritario a más no poder y torpe como pocos, lo arrojó a brazos de los dinosaurios, echando a perder su candidatura con el clarísimo interés de destruirlo y convertirse en el sustituto. Quien no vea esto está más obnubilado que don Enrique Peña, un político todavía joven, convencido en el ocaso de su mandato, de que es popular y que sus reformas son aclamadas por el pueblo. Por eso se suma a los ataques mediáticos contra López, haciéndolo crecer en popularidad al tiempo que entierra a su candidato y se perfila a sí mismo, sin proponérselo, como el último presidente priista de nuestra historia.

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